CamisetasGastadas

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30.3.07

lo cotidiano de teclear un viernes

El poder es la mujer de Dios,
la locura permanente de la vida
del hombre.
Morimos en el filo de un alambre
en pie de guerra,
extrayendo el jugo del televisor.

La vida es igual a otra anterior,
que no termina de volver,
igual que el primer amor.

Y resulta duro hablar de algunas cosas:
también se termina el amor
en los días soleados,
es aburrido esperar la muerte
mientras la gente se ríe
y hace ruido con sus latidos.

Verdaderamente lo más sencillo
es asumir la realidad,
pero me resisto:
"Los buenos escritores —no hace falta
repetirlo— son aquellos
que saben siempre, exactamente,
cuándo no deben escribir.

Pero ése
evidentemente
no es mi caso."*


*del poema de Roger Wolfe "la verdad, por fin"

26.3.07

El recuerdo del calor

Me acordé del mar
como sólo puede hacerse cuando uno
está en tierra,
mi alma no pesa más que el viento,
no hay nada tras mis pasos
simplemente
lo que queda de una fugaz estela.

Me acordé del amor
como sólo puede sentirse cuando uno
está en soledad,
devolvería a dios mi corazón envuelto
en la angustia de mi voz
simplemente
para no diferenciar entre corazón y cabeza.

16.3.07

En el ayer, el hoy y el mañana, sólo existes

Ayer
con la luz dorada del mediodía
me encontré mirándote fijamente
dispersando las distintas vidas imaginarias que podría contigo,
amarrando sueños junto a tu cuerpo cálido,
sin culpa,
sin blasfemos poemas de amor,
eso tan ridículo que algunos llaman
confort.

Hoy
al cruzarnos con nuestros ojos infinitos
creeré que no volveré jamás a verte
tú serás la carne ligera de un amor moderno
la huella de un incendio sin latido,
sin culpas,
sin otro cuerpo al que estar prisionero,
y aún así seguirás siendo mía en mi perfecta
memoria.

Mañana
en una noche recién nacida
todo será nuevo,
tú revivirás en flores marchitas
y yo volveré a apoyar mi rostro en ti
te daré la caricias que a nadie di
y seguirás como hoy
viviendo solamente de la tinta oxidada
de mi poema.

8.3.07

se alzaban nubes

Vi una tumba florida
de enorme soledad,
un camino trazado de adoquines,
viejos letreros rotos,
el misterio de una nube
flotando sobre un teatro,
y vi la hierba y mis poemas
junto al río.

Me salí del camino
después de cruzar el campo nuevo.
Mi habitación fluvial
la guarida de nuestro armisticio.